Rafael Amor:
la felicidad es la lucha
ENTREVISTA CON EL CANTAUTOR RAFAEL AMOR
“Tenemos nostalgia del futuro que no pudimos construir”
IGOR DEL BARRIO
Su aspecto es el de un incansable guerrero mitológico que viene del tiempo de las mil batallas. Su fusil es de madera y ternura: “Nunca me bajé la guitarra del hombro”
Tras un larguísimo exilio de más de 30 años, volvió recientemente a su Argentina natal para involucrarse en una realidad social en convulsión. Acaba de terminar una gira española, donde ha traído canciones nuevas de su disco A mí la calle. “En la calle es donde chocan las contradicciones, la vida”, dice. “Al mismo tiempo pasa un tipo que va en un coche supermoderno, otro que va traficando con las esperanzas de algunos, con las ilusiones de otros y con la desesperación de otros... y hay otros tantos que son cándidos. En la calle se mueve la vida”. Afirma que estas canciones las trae de su madre, quien le “enseñó tantas cosas bellas: la calle, donde mamo a diario mi leche de poeta, y la lucha, que me ha hecho más humano”. Sus canciones ponen piel y huesos y nombre a los invisibles urbanos, desde aquellos que hacen malabares en los semáforos a los piqueteros, o al tren de los cartoneros que cruza cada noche Buenos Aires. Escribió también un tema para Carlos Fuentealba, profesor asesinado por las fuerzas represivas, y cuando la ha cantado en sus actuaciones por el Estado ha recordado en ella a Carlos Palomino.
Nostalgia del futuro
La memoria del exiliado, al igual que la del guerrillero, está impregnada de nostalgias. Pero Rafael Amor matiza: “Nosotros, los nostálgicos de los años ‘70, no somos nostálgicos del pasado, tenemos nostalgia del futuro que no pudimos construir. Así que la nostalgia no pasa por rememorar una época, es la nostalgia de la lucha y por eso la gente no baja los brazos”.
Hoy Argentina vive la lucha de los piqueteros, y Amor está con ellos, participando en La Ruta de la Dignidad (actuaciones itinerantes de apoyo por todo el país), y cantando en los cortes de ruta y en las asambleas populares. Él denuncia: “La prensa oficial no se hace eco. Pero hay webs donde se pueden ver las cosas que se están haciendo, cómo está luchando la gente. Cerca de Gualeguaychú está la planta industrial de Botnia.
Ayer leí que ya hay un centenar de niños intoxicados por el olor que despide la fábrica de celulosa. Por todo el país hay fábricas recuperadas como la de Zanón, en Neuquén, que ahora se llaman ‘fábricas sin patrones’. Esta fábrica de cerámica está ahora a cargo de 300 obreros. Y están integrando cada día a más compañeros. Pero aparte está la inserción social, porque alrededor están apoyando pequeños consultorios médicos, bibliotecas, colegios... Un compañero cayó en la droga. En vez de despedirlo, lo que hicieron fue pagarle su recuperación, seguir manteniendo a la familia y apoyándolo hasta el final. No resultó. No resultó el hecho de la recuperación, pero sí resultó el ejemplo social que dieron los compañeros. Al final hubo que separarlo porque no podía trabajar, pero agotaron todos los recursos de reinserción humanamente. La gente está haciendo muchas cosas sola, y al Gobierno le molesta eso, claro, porque está en manos de la gente y no del Gobierno. A los de Zanón les han dado un plazo de un año para que se vayan. Por supuesto, eso no va a ocurrir”.
El derecho a deuda
La lejanía no le impide mantener el contacto con la realidad española, que en tantas cosas transita pareja a la argentina. “Yo viví 33 años acá siempre pensando ‘yo tendría que estar allí’. Ahora estoy allí, y eso no quiere decir que no quiera a España, que no esté inserto en la realidad española”. Ha seguido el proceso de la Ley de la Memoria Histórica: “A mí me parece tan imposible querer borrar la memoria como querer inventar la realidad. Y lo hacen, a través de los medios de comunicación”.
Él nunca ve la tele. “Cuando la enciendo, sólo reconozco enemigos”, dice. “Pero queda gente que sabe lo que pasa, y por eso se lucha por la memoria. Eso sí, si las leyes y todos los cambios que quiere el pueblo vienen de arriba, es lógico que vengan con recortes”. Él fue uno de los cantautores más representativos de la llamada Transición. “¿Quién desmovilizó la lucha del pueblo español?”, pregunta. “Aquí cuando ganó el socialismo ya estaba todo hecho. Y cualquier voz que se alzara era una voz extemporánea, fuera de lugar. Lo que pasa es que en Argentina la gente sale a la calle más allá de esas etiquetas. Pero España pasó 40 años de sufrimientos, tras una guerra feroz y fratricida y luego de esclavitud instituida. Eso del ‘milagro español’ fue posible cobrando una persona 50 céntimos por trabajar y sin derecho a réplica. Y hoy, que poseen un poco de bienestar, la gente se desmoviliza.
Pero ojo, porque antes de 2001 en la Argentina también decían lo mismo”, avisa. “Hoy dicen que están muy bien en España. Es una idea instalada en el imaginario colectivo. Sale el presidente del Banco de España y dice que el 75% de los españoles está fundido”. Como dice Pili, su compañera, “aquí lo que hay es el ‘derecho a deuda’ ”.
El autor en su encrucijada
Rafael Amor es un exponente de lo compleja que resulta hoy la cuestión de los derechos de autor. “La SGAE es una institución capitalista para la que los que más producen, se llevan más”, dice Amor. Pero en su historia reconoce con sinceridad: “Yo me llevo un dinerito que a veces me ha salvado. Una vez me fui a empeñar la guitarra, y me daban 5.000 pesetas en aquel tiempo, y no quise. Me volví a casa desesperado, porque no tenía para comer, tenía cuatro niños... y en el buzón había una carta.
La abrí y era de la SGAE: 150.000 pesetas. Empecé a bailar en el hall del departamento. Agarré el coche y me fui a cobrar”. No le cuesta nada hablar con honestidad: “Está también que yo no intervengo... y objetivamente conozco poco de eso. La verdad es que en ese sentido no he asumido mi responsabilidad para ir a pelear allá dentro”. Y termina con honradez: “Pero bueno... estuve muy ocupado en sobrevivir”.
Pero reivindica “el derecho de autor, porque éste es un trabajo como cualquier otro. Y sin embargo, yo no me puedo bajar una mesa por internet, o pedirle al carnicero un churrasco pirata... y, ¿por qué las canciones sí, los libros sí, las películas sí...?”, pregunta. “A mí no me importa regalar mis canciones, pero no me gusta que la gente tenga la idea de que la música la tiene que recibir gratis”. Denuncia que “las compañías de discos bajan los precios para hacer su propia competencia con la piratería. Los venden a seis euros en la calle, costeando todo: el plástico, la impresión, todo... Menos el derecho de autor y los impuestos”. En esta visión tiene mucho que decir que en ciertos ámbitos del mundo discográfico no se olvidaran de él cuando la marea de olvidos que vino con la desmovilización social se llevó a muchos cantautores comprometidos de los ‘70. “Ahora la Fundación Autor publica una enciclopedia musical, La palabra se hizo música. Y eso es un reconocimiento que me agrada. Aunque nos ponen aparte, como si no hubiéramos tenido nada que ver con la movida española de aquellos años, cuando los primeros que cantamos en los boliches alguna cosa con sentido éramos los ‘sudacas’. Aquí eran pocos los que alzaban la voz”.
Con su memoria de luchas y su presente cargado de futuro, queda Rafael Amor para rato: “La hija de Marx un día le preguntó qué era la felicidad. Y Marx la miró un rato, y después le dijo: ‘la felicidad es la lucha”
CONCIERTOS BOCA A BOCA
Él sigue tocando gracias al boca a boca. Cada vez que va a visitar una ciudad, llama a sus amigos para que corran la voz... y afirma que siempre “la gente me ha colmado de halagos y de cariño. El teléfono de ellos es su televisión. Y como yo no tengo esa posibilidad, llamo por teléfono y les digo ‘voy a tocar en tal lugar’ o mando cartas. Hay que pelear con las armas que uno tiene. Yo sé que sin ningún tipo de propaganda meto a 400 personas en un teatro, o a mil, como he metido en Buenos Aires”. Rafael Amor pregunta qué pasaría si pusiéramos a alguien como Joaquín Sabina en su lugar, con su historia... o a él en el lugar del otro, con su parafernalia, a ver qué atención concitaría. Sabe cuál ha sido el precio de su camino silencioso pero sin pausa, y sin pactar con las grandes mentiras del circo mediático. “No te voy a decir que a veces no me joda, porque sería hipócrita, pero bueno, son las armas y es el medio en el que yo me muevo”. No es para dejar de estar orgulloso de ello.
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