Thursday, November 22, 2007

UN AGRAVIO QUE INFERIORIZA A LA CONDICIÓN HUMANA


En Rumania la música de especulación superior ha existido desde siglos atrás, al igual que en las grandes potencias culturales de Occidente. Después de un largo camino a través de los viejos fondos folklóricos, la música religiosa de finales del medioevo pone bases firmes a la historia de este arte. Siglos después se incorporan, como en todas las naciones europeas, las danzas que triunfaban en los salones, sometidas a transformaciones artísticas de alto nivel. En ese recorrido se insertan las enseñanzas de Musicescu, sus transcripciones y armonizaciones del folklore rumano, hasta llegar al mayor creador musical de su historia, el excepcional violinista y compositor Georges Enescu, que murió en París en 1955.

Autor de sinfonías, suites para orquesta y dos Rapsodias rumanas, entre otras, su única ópera, Edipo , fue estrenada en Paris en 1936, lo que dio gran impulso a su obra y a su patria, como nación europea de alcurnia musical, un reconocimiento que luego incluyó a otros dos músicos más jóvenes, Michel Jora y Michel Andricu.

Después de la Segunda Guerra, las circunstancias políticas los llevaron a replegarse y fue entonces cuando tuvieron ocasión de profundizar los problemas del nacionalismo musical, con lo cual se acrecentó el interés por los estudios folklóricos, siguiendo el camino emprendido desde comienzos del XX por Bartók y Kódaly, en Hungría, o Leos Janácek, en Moravia. De tal manera, el Instituto del folklore rumano de Bucarest se consolidaba como uno de los más ricos de Europa.

Paralelamente, la dominación del comunismo abría otro universo: al lado de las canciones antiguas, que los estudiosos conservaron y codificaron, se asistió a partir de 1947 al nacimiento de un cancionero nuevo, no escrito, realizado por los cantantes populares, a la manera de los antiguos bardos, que se difundió con bastante rapidez. A causa de su inserción en los principios del régimen, ellos cantan al trabajo colectivo, a los primeros tractores o a la alianza del campesino con la clase obrera ciudadana.

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Esto significa que para los compositores de la segunda mitad del siglo pasado se abrieron dos caminos: algunos trabajaron a la manera de Bartók, convirtiendo al folklore tradicional en la base sobre la que se insertaron las modernas corrientes que tuvieron a Debussy, Stravinsky o Schoenberg como protagonistas. La otra ruta en cambio, la oficial, fue similar a la de los países que vivieron bajo la órbita del comunismo: una música basada en principios tradicionales, lejos de las transformaciones del occidente y centro de Europa.

En momentos en que una repudiable hostilidad que empezó a insinuarse cuando los rumanos, tras la caída de Ceausescu, emigraron hacia los países ricos de Occidente en busca de trabajo, hostilidad que alcanza ahora límites peligrosos, se impone recordar que ese pueblo ha recorrido sus ciclos culturales con la coherencia y nobleza con que lo han hecho los restantes países civilizados. En recuerdo de Enescu y de escritores de notoriedad mundial, como Mircea Eliade o Eugène Ionescu, pero sobre todo por respeto a la dignidad de todos los rumanos, se impone repudiar este brote xenófobo, que inferioriza y ultraja a la condición humana.

Por Pola Suárez Urtubey
La Nación de Buenos Aires

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