Tuesday, September 25, 2007

El Islam en el espejo de Occidente





por Nasir Khan



Las imágenes de los musulmanes y del Islam en los medios de comunicación occidentales de nuestros días varían considerablemente. Sin embargo, desde el colapso de la Unión Soviética, la tendencia de los medios occidentales ha sido representar al Islam como el enemigo principal de Occidente, y al mundo musulmán como un semillero de terrorismo que amenaza la civilización occidental y los valores democráticos. Así pues en el actual orden hegemónico mundial –bajo el cual todas las normas civilizadas en política internacional han sido abolidas por la administración Bush y sus aliados en Londres y Tel Aviv– los musulmanes son asociados a terrorismo. Hemos visto durante los últimos años la expansión de la guerra destructiva del presidente Bush, el trato inhumano a la población cautiva de Iraq y Afganistán, el extendido abuso hacia los prisioneros musulmanes por parte de las tropas americanas y británicas, la más total indiferencia hacia los derechos humanos de los prisioneros de guerra o de aquellos sospechosos de resistirse u oponerse a la ocupación americana de sus países, y la propaganda falsa que encubre los objetivos reales y los crímenes contra la humanidad de los gobernantes neocon de Washington y Londres.


No hace falta decir que la supuesta “amenaza islámica” está construida sobre supuestos que no tienen base en la realidad. Estos supuestos falsifican, distorsionan y confunden, más que ilustran o informan. Durante los últimos quince años ha aparecido un buen número de publicaciones con títulos tan sensacionalistas como La espada del Islam, La amenaza islámica, Las raíces de la rabia musulmana, El nuevo grito de guerra del Islam y ¿En qué se ha equivocado el Islam?. Estas publicaciones revelan el tipo de imágenes preconcebidas sobre el Islam que tienen sus autores y que intentan transmitir a sus lectores.


De acuerdo con estas imágenes, el Islam es una amenaza para los valores occidentales y para la economía y los intereses políticos de Occidente. Pero a la vista del poder real ejercido por Occidente en general y por América en particular a lo largo de todo el Oriente Medio y más allá, la tal “amenaza islámica” parece bastante carente de fundamento.


Pero las manipulaciones de los políticos de derecha y de los fundamentalistas cristianos pueden provocar con bastante facilidad crisis importantes entre el mundo musulmán y Occidente; sólo tenemos que acordarnos del caso de las “caricaturas” del profeta Muhammad. El verdadero propósito de estos periódicos de derecha daneses y noruegos era provocar reacciones hostiles por parte de los musulmanes, y así causar mayor tensión y resentimiento entre musulmanes y cristianos. Estos periódicos intentaron encubrir su campaña antiislámica con la pantalla de humo del argumento de que publicar estas “caricaturas” era una demostración de la libertad de expresión de Occidente. Fueron xenófobos, racistas e irrespetuosos con las culturas de los inmigrantes en Europa y con la cultura islámica en particular. Herir los sentimientos de más de mil millones de musulmanes ¿cómo podía servir a los intereses de la prensa libre, de la libertad de expresión o de los derechos civiles? Un fundamentalista cristiano llamado Selbekk, el editor noruego de Magazinet, reimprimió las “caricaturas” que habían sido publicadas originalmente en Dinamarca. Cuando le preguntaron si también publicaría algunas “caricaturas” que insultaran a Jesús, su respuesta fue “no”. Por lo tanto el aireado ideal de “libertad de expresión” de este caballero se limitaba a insultar al profeta Muhammad, y obviamente no se extendía al insulto de los dioses, profetas o personajes de cualquier otra gran religión.


Pero es importante fijarse en los objetivos de las estrategias desarrolladas por estos editores y publicistas. Tuvieron éxito en sus propósitos, que eran causar la máxima provocación a los musulmanes de todo el mundo y crear una atmósfera de desprecio y odio hacia ellos entre los seguidores de otras religiones. Los musulmanes fueron previsiblemente ofendidos y algunas reacciones provocaron condenables incidentes en varias partes del planeta. Los que reaccionaron violentamente no se dieron cuenta de que precisamente estaban cayendo en la trampa de los fundamentalistas antiislámicos, que buscaban sus objetivos a través de la provocación. Así se puso en marcha de nuevo la vieja acusación: los musulmanes eran fanático e irracionales – ¡eran “terroristas”! La división entre el “nosotros” y el “ellos” como opuestos culturales fue reforzada y agrandada.


Los medios de comunicación antimusulmanes siguen dando vueltas a los estereotipos que dibujan a los musulmanes, en comparación con los occidentales, como predispuestos al conflicto y a la violencia. Estos medios de comunicación publican informes de conflictos en los países musulmanes como muestras evidentes que reforzarían esta imagen. Hay una tendencia general a simplificar extraordinariamente, o a simplemente ignorar, las diversas corrientes y los complejos factores socio-económicos que llevan a la inestabilidad y a conflictos en varios países musulmanes. Las explicaciones que se ofrecen y las conclusiones que se extraen se basan generalmente en supuestos explícitos sobre la superioridad de la cultura occidental, “judeocristiana”, mientras que el mundo islámico se presenta como un epicentro de brutalidad y conflicto.


Un estereotipo muy común en los medios de comunicación occidentales es que los países islámicos están inherentemente predispuestos a la violencia, al fanatismo, a los prejuicios y a las ideas “medievales”. Esto supone entonces que el Islam es el responsable de todos los males de esas regiones. Occidente es el heraldo de la dulzura y de la luz, de la paz y del civismo, de la racionalidad y de la apertura de mentes. Cualquiera que se haya tomado el esfuerzo de observar la historia del colonialismo occidental de los últimos siglos – desde el tiempo de los denominados “descubrimientos” de América por Colón en 1492 y de la India por Vasco de Gama en 1498, o del “descubrimiento” europeo de África para el mercado de esclavos– puede comprobar que las “nobles” manos de las naciones occidentales han dejado sus huellas en cada parte del mundo. No vamos a entrar aquí en detalles concretos, pero la historia de la expansión planetaria del colonialismo occidental es una historia de saqueo, pillaje y destrucción a través de los continentes. No hay duda, las semillas de la civilización occidental fueron plantadas de esta forma. Y dentro de las sociedades occidentales, los conflictos internos, la violencia y las guerras forman una sangrienta historia. Observada en el marco limitado de la geopolítica y de las relaciones internacionales de los últimos cien años, esta “cultura superior” ha dejado el legado de dos guerras mundiales, de numerosas guerras regionales (Corea, Vietnam, Afganistán, Iraq), de invasiones y golpes de estado (Guatemala, Grenada, Irán, Pakistán, Indonesia, Chile, Argentina, Congo, sur de África), de campos de concentración, y genocidios raciales, conducidos a gran escala por los que agitaban la bandera de la civilización europea.


Es evidente que las diferencias culturales entre los países y los pueblos del mundo tienen motivaciones históricas. Y que en este contexto generalizar sobre las diferencias culturales es inevitable. Pero de ninguna manera pueden tales diferencias ser justificación para la exclusión mutua o la hostilidad entre diferentes culturas.


Cuando no se entra en un estudio antropológico o histórico de las culturas comparadas, sino que se fomenta el enfrentamiento y el odio entre países y culturas –por determinadas motivaciones interesadas– las consecuencias son desastrosas. Fijémonos por ejemplo en los acontecimientos que sucedieron tras los atentados con bomba en la ciudad de Oklahoma, Estados Unidos, el 19 de abril de 1995. Los medios de comunicación se apresuraron a difundir rumores de que un “hombre de Oriente Medio” (lo que viene a significar: un musulmán) era el responsable de la carnicería. Como resultado de esto, los musulmanes se convirtieron en blanco de agresiones físicas, tratos desagradables y ostracismo social a todo lo largo de los Estados Unidos. Las mujeres musulmanas fueron atacadas. Sus mezquitas fueron asaltadas, y las propiedades de “los de Oriente Medio” destruidas. Un periódico británico, Today, publicó en su portada una escalofriante imagen de un bombero llevando los restos quemados de un niño muerto bajo el titular “En nombre del Islam”. Sin embargo pronto resultó evidente que el terrorista había sido un soldado americano y rubio, un veterano condecorado en la Guerra del Golfo (1991). La religión de este terrorista de extrema derecha no era el Islam sino el Cristianismo. Pero ningún medio americano o británico le etiquetó de “terrorista cristiano” o pidió disculpas a los musulmanes por los errores cometidos contra ellos.


La segunda instancia es el ataque del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center y el Pentágono por supuestamente un grupo de personas que habrían venido del reino de Arabia Saudí, un estrecho aliado de América. Considero este ataque algo terrible. Además proveyó de munición a los neocons y a los fanáticos de derecha en Washington para desatar el reino del terror, la guerra, la muerte y la destrucción en Oriente Medio y otras regiones petrolíferas vecinas. Pero al mismo tiempo me hago una pregunta simple: ¿Qué tienen que ver esos atentados con los millones de ciudadanos normales musulmanes de Europa y América? La respuesta es: absolutamente nada. Pero sin embargo asistimos a su acoso por muchos occidentales blancos en las formas más despreciables.


Durante mi estancia en Europa durante más de cuatro décadas fui consciente de que las negativas imágenes occidentales del Islam y de la civilización islámica necesitaban un análisis histórico serio, que fuera útil tanto para los lectores en general como para los estudiosos académicos, y que nos permitiera superar los repetidos y desfasados clichés de los medios de comunicación. Mi libro Perceptions of Islam in the Christendom [Percepciones del Islam en la Cristiandad] (2006) aborda estas cuestiones.


Si observamos la historia de la expansión colonial europea, nos damos cuenta de que el poder colonial sobre otros países reforzó la conciencia colectiva del Occidente industrial, y su idea de ser más poderoso y por lo tanto superior al resto del mundo. Los pueblos colonizados y subyugados también empezaron a percibir a Occidente como material, cultural y moralmente superior. Es verdad que Occidente era superior en producir máquinas y armamento moderno, y ejércitos preparados para invadir y subyugar a otros países del mundo. Todo esto hizo más poderosos a los países occidentales, pero ello no significaba que fueran moral o intelectualmente superiores. Pero los pueblos subyugados no estaban en posición de avanzar estos puntos de vista críticos. Bajo las relaciones de poder que establece el colonialismo no es posible una verdadera comunicación. Lo mismo sigue sucediendo en la actual guerra neo-colonial en Iraq llevada a cabo por la administración Bush, guerra dirigida a obtener el control total de los recursos petrolíferos y a imponer su hegemonía política sobre todo el Oriente Medio.


La forma occidental de ver el Islam como una fuerza religiosa y política monolítica va contra todos los testimonios históricos y contra las realidades políticas contemporáneas. El Islam no es un cuerpo monolítico; la diversidad dentro del mundo musulmán es mucho más amplia de lo que piensan los occidentales. En las tres primeras décadas tras la muerte del profeta Muhammad la comunidad musulmana se dividió en las ramas sunní y shií. Esta separación se convirtió en permanente, y nuevas divisiones aparecieron dentro de las dos principales ramas. La difusión del Islam siguió diferentes senderos en cada país y región del mundo. Actualmente más de mil millones de personas de todas las etnias, lenguas, nacionalidades y culturas son musulmanas. Sus condiciones socio-culturales muestran una gran diversidad y complejidad. Lo que esto muestra es que el Islam es universal, no una entidad monolítica.


Sin embargo los mitos históricos tienen su propia vida. Una vez que forman parte de una cultura, continúan conformando y reestructurando la conciencia colectiva de vastas poblaciones. La tradición antiislámica en la Cristiandad tiene un largo pedigrí histórico y continúa siendo un factor dinámico que afecta y determina las relaciones internacionales. El estudio de la historia nos ayuda a ver los pasos de su proceso evolutivo y a iluminar el bagaje cultural que tan a menudo ha envenenado las relaciones entre las dos comunidades. Un estudio honesto y objetivo de las realidades de las diferentes hegemonias mundiales del pasado y del presente nos llevaría a no aceptar pasivamente legados distorsionados del pasado ni a cerrar los ojos ante lo que está pasando en Iraq, Palestina, Afganistán, y también en Pakistán, países en manos de los Estados Unidos, sus aliados y los regímenes títeres musulmanes.


La cuestión del “terrorismo islámico”, la negación de los derechos de las mujeres bajo el Islam o la aducida incapacidad de reconciliar los valores islámicos y occidentales, son temas que aparecen todo el tiempo en los medios de comunicación occidentales. Pero tales acusaciones sólo revelan una ignorancia y una confusión de profundas raíces. No tienen relación con la realidad. Deberíamos tener presente que un seguidor de una religión no es necesariamente un auténtico representante o portavoz de esa religión. Ningún acto de terrorismo, de terrorismo de estado, o de terrorismo de superpotencia, puede ser imputado a una religión, sea esta el Cristianismo, el Judaísmo, el Islam o el Hinduísmo. Si un individuo o un grupo de personas musulmanas recurre al extremismo en las esferas política o religiosa, o comete un crimen, la tendencia general es a hacer responsable a toda la tradición islámica.


Pero ¿qué sucede cuando alguien de cultura occidental o un extremista cristiano recurre a la violencia o comete un crimen? Que se convierte en responsable a título individual, y que nadie culpa a la cultura occidental o al Cristianismo por sus acciones. ¿Acaso no tenemos actualmente algunos poderosos líderes en Occidente que son extremistas de derecha cristianos y responsables de las muertes de cientos de miles de musulmanes, hombres, mujeres y niños? ¿Alguien culpa al Cristianismo por esto? Planteamos estas preguntas y esperamos que nuestros lectores se las planteen también, y que intenten encontrar las razones de todo esto.


En relación a las mujeres, el Corán les reconoció los derechos legales de herencia y divorcio ya en el siglo VII, derechos que las mujeres occidentales no tuvieron hasta los siglos XIX o XX. No existe nada en el Islam que obligue que una mujer se cubra con un velo o permanezca en casa. De hecho estas prácticas llegaron al Islam aproximadamente tres generaciones después de la muerte del profeta Muhammad, bajo la influencia de los cristianos griegos de Bizancio. De hecho ha habido una gran interacción cultural entre cristianos y musulmanes desde los orígenes de la historia del Islam.


Los valores fundamentales de fraternidad, respeto, justicia y paz son comunes a todas las grandes civilizaciones. Llamar a la democracia un “valor occidental” es simplemente chocante: el sistema monárquico en el que los reyes detentaban el poder absoluto bajo el divino derecho a reinar, ha sido el que más tiempo ha prevalecido en Europa. La evolución hacia formas democráticas y constitucionales de gobierno tomó forma mucho más tarde. Contrariamente a lo que afirman los medios de comunicación y los políticos populistas, no hay nada en el Islam que vaya contra la democracia y los valores democráticos.


Nasir Khan, doctor en Filosofía, nacido en Cachemira, es historiador y un activista por la paz. Es autor de Development of the Concept and Theory of Alienation in Marx's Writings, y más recientemente de Perceptions of Islam in the Christendom: A Historical Survey.



Fuente: Nasir Khan Blog | Countercurrents.org
Traducción Observatorio de la Islamofobia

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