NATIVOS EXPULSADOS DE LA ISLA DIEGO GARCÍA GANAN UNA BATALLA LEGAL EN LONDRES PARA VOLVER A SU TIERRA Lucha de David contra Goliat se reedita en pleno Océano Índico
Entre 1968 y 1971, unos dos mil chagosianos fueron expulsados sin miramiento alguno del estratégico archipiélago británico que fue cedido a EEUU para instalar una base militar. Pese a que la semana pasada obtuvieron en Londres una sentencia a su favor, el Pentágono se opone al regreso de los antiguos isleños por razones de seguridad.
Eusebio Val
El Pentágono la llama “huella de la libertad”, por la forma de este arrecife de coral. Para los nativos, expulsados hace cuarenta años, es un edén de cocoteros y playas azul turquesa al que siempre han soñado regresar.
Las islas Chagos, en medio del Océano Índico, albergan una base aeronaval con nombre de explorador portugués, Diego García, convertida por Estados Unidos en una de las instalaciones estratégicas más importantes de su despliegue planetario. Fue una plataforma vital en las guerras de Afganistán e Irak, y lo sería en un eventual conflicto con Irán.
Los chagosianos, la mayoría de ellos descendientes de esclavos africanos importados a las islas por los franceses en el siglo XVIII, acaban de ganar una nueva batalla legal para recuperar su paraíso perdido. El máximo tribunal de apelaciones del Reino Unido les dio la razón la semana pasada. El juez sir Anthony Clarke leyó la sentencia en la que consideró un “abuso de poder” la conducta del Gobierno de Londres cuando expulsó de sus hogares -a menudo mediante engaños- a los entonces dos mil habitantes del archipiélago de las Chagos para reubicarlos en la isla Mauricio y las Seychelles. Todo para cederle las islas a su aliado, Estados Unidos.
“El derecho a retornar a la tierra de origen, por pobres y precarias que sean las condiciones de vida, es una de las libertades fundamentales de que gozan los seres humanos”, afirmaron los jueces en su resolución, que estableció que “pocas cosas hay tan importantes para un grupo social como el sentimiento de pertenencia, no sólo entre ellos sino a un lugar. Lo que ha hecho resistir a los pueblos en el exilio, desde Babilonia en adelante, ha sido la posibilidad de volver un día a casa”.
Es ya la tercera vez que el Reino Unido pierde en los tribunales sobre este asunto, pero aún le queda una última posibilidad de recurrir a la Cámara de los Lores. Un portavoz del Departamento de Defensa de Estados Unidos -el Pentágono- se negó a comentar la sentencia, pero destacó que “Diego García es una importante base de operaciones para mantener la estabilidad regional y en la guerra contra el terrorismo internacional”.
De los dos mil chagosianos deportados se calcula que siguen vivos unos 500, además de varios miles de familiares que podrían optar por regresar. Se descarta que pudieran hacerlo de momento a Diego García (la mayor isla de las sesenta que componen el archipiélago), lugar donde se instaló la base, pero sí a otras dos, Peros Banhos y Salomón, que están a 100 y 160 kilómetros. El Pentágono se opone al retorno por razones de seguridad nacional.
Olivier Bancoult, líder de los chagosianos, que abandonó las islas en 1968 cuando sólo tenía cuatro años, acudió a Londres el día de la sentencia. Bancoult explicó que los suyos son “un grupo perdido”, una comunidad que nunca se adaptó al cambio y que siempre ha añorado el regreso. Pero si finalmente se permite, no resultará fácil sobrevivir con la pesca y la explotación agrícola.
El repoblamiento de las islas exigirá inversiones en infraestructura de transporte, eléctrica y de suministro de agua. Nadie sabe quién pondrá el dinero, a no ser que un inversor turístico dé la sorpresa.
POLÉMICO HISTORIAL
Diego García es una reliquia de la Guerra Fría que probó su enorme valor durante la Guerra del Golfo y luego en las invasiones de Irak y Afganistán. Por aquel entonces, el Gobierno de EEUU buscaba, para poder controlar Medio Oriente y el sudeste asiático, un sitio que tomase el relevo de la base de Adén (Yemen), considerada demasiado expuesta.
En ese contexto, el Reino Unido arrendó esta isla a Estados Unidos en 1966 por un período de cincuenta años. Una transacción que fue considerada un modelo de la hipocresía y de la cruel indiferencia con la que las grandes potencias modernas tratan a las minorías.
La negociación no se trató sólo de seguridad militar o de estrategia, sino también de dinero. El acuerdo firmado determinaba que el Gobierno norteamericano debía reembolsar a Reino Unido gran parte de los gastos ocasionados por la descolonización.
Se suponía que Gran Bretaña pagaba la mitad de esos gastos. En realidad, entre 1968 y 1971, Estados Unidos entregó 14 millones de dólares por el derecho a instalarse en Diego García, es decir, la casi totalidad del presupuesto previsto inicialmente. Además, Reino Unido recibió de EEUU la seguridad de que la deuda contraída por el equipamiento del Ejército británico con misiles Solaris sería olvidada por este acuerdo. La única exigencia de Washington fue que la nueva base militar estadounidense quedase completamente libre de habitantes, por razones de seguridad.
En la isla -con una superficie de unos 170 kilómetros cuadrados- viven unos 1.700 militares y 1.500 civiles. La restricción de acceso es total. No se permite la visita de familiares. Existe una larga pista de aterrizaje que la NASA puede usar, en caso de emergencia, para el transbordador espacial.
En Diego García, la Armada estadounidense dispone de almacenes de aprovisionamiento y combustible. La Fuerza Aérea usó la base para los superbombarderos B-52, B-1 y B-2 aviones espías.
El emplazamiento no podría ser más idóneo para el Pentágono. A unos 1.600 kilómetros al sur de la costa india, lugar remoto y aislado, permite una movilización rápida de recursos hacia áreas de crisis en Medio Oriente y Asia central. Si durante la Guerra Fría fue una perla estratégica, en la guerra antiterrorista su relevancia es mayor. Se sospecha que la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) pudo haber ubicado allí una de las cárceles secretas para interrogar a los prisioneros sospechosos de pertenecer a la red terrorista Al Qaeda.
© La Vanguardia
The New York Times Syndicate
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