Wednesday, May 23, 2007

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO


Tomás Torquemada primer gran inquisidor de
España y Benedicto XVI







Por: Juan Diego García

Integrismo católico
Aunque el papel de la Iglesia Católica en Latinoamérica y el Caribe ya no tiene la trascendencia de otras épocas, las declaraciones de Benedicto XVI no dejan de tener gran importancia. Sus pronunciamientos están lejos de ser simples admoniciones y llamamientos del jefe espiritual a su feligresía. El máximo prelado no solo se ha referido a cuestiones morales de naturaleza privada que afectan a su grey sino que ha ido mucho más allá emitiendo juicios políticos claros y precisos y condenando gobiernos e ideologías en un discurso que además puede ser interpretado como una inaceptable intromisión en los asuntos internos de otros estados. El Papa no solo es el jefe de su iglesia sino la primera figura del Vaticano, para todos los efectos un estado más cuyos representantes deben respetar las reglas de la diplomacia.Siempre es problemático para los gobiernos recibir a quien - en tanto le conviene- se pronuncia políticamente alegando que solo lo hace por razones éticas, cuando ha sido recibido ante todo como un jefe de estado y se espera que por lo tanto se atenga a las reglas del juego.Por supuesto que las palabras del Papa que afectan la moral de los católicos son un asunto privado de esa iglesia y sus miembros, algo que a nadie más que a ellos concierne siempre que se mantenga dentro de los límites de la ley. Así lo reconocen las constituciones de todos los países de Latinoamérica. Pero el principio moderno que separa la iglesia y el estado no parece satisfacer al Vaticano que ya desde el Papa anterior pretendió introducir matizaciones a esta norma. En el caso de Polonia, por ejemplo, Juan Pablo II pretendió que Walesa consignara en la constitución la superioridad del poder religioso sobre el civil para invalidar decisiones que no se acomodan a la ética católica.En la modernidad la primacía del principio religioso es reconocida en la esfera individual y así se recoge en la ley bajo la forma de objeción de conciencia frente a la norma civil si con ello no se vulneran obligaciones y principios constitucionales. Una pareja católica puede contraer matrimonio de acuerdo con su rito pero no puede pretender que esa sea norma universal. El mismo principio rige para las diversas formas de unión que establezca la ley. Una mujer puede decidir no interrumpir el embarazo pero no puede pretender que así lo deban hacer todas las mujeres si en la legislación se estipulan casos y condiciones que lo permitan. De igual forma, alguien puede negarse a realizar el servicio militar por razones éticas si la ley establece medidas de sustitución que no conviertan esa conducta en privilegio inaceptable (por ejemplo, realizar a cambio servicios sociales); y en los límites de la llamada desobediencia civil uno puede negarse a pagar un impuesto de guerra o participar en ella aunque eso no lo exime de la sanción penal correspondiente; al afectado le asiste un principio de legitimidad pero no le cobija la legalidad.El discurso de Benedicto XVI resulta en este contexto bastante conservador y hasta reaccionario. La pretensión de universalizar sus creencias despide un tufillo de cruzada que evoca épocas de ingrata recordación. Afirmar que la evangelización de América no fue una imposición colonialista cargada de sangre y muerte no puede explicarse como ignorancia de este destacado teólogo del prestigioso seminario de Frankfurt del Meno sino como resultado de una visión sesgada, de una interpretación maliciosa de la historia que intenta ocultar la destrucción entera de pueblos y culturas (una “hazaña” por la cual los europeos deben aún pedir perdón a los pueblos aborígenes). Ridiculizar las religiones precolombinas utilizando los parámetros modernos no es más que un truco burdo pues cualquiera sabe que los cristianos de entonces eran tan “primitivos” como los indios del Nuevo Continente. ¿Qué diferencia hay entre el sacrifico humano a los dioses que se practicaba en América a la llegada de los europeos con el sacrificio horrendo de una bruja o de un hereje cualquiera en las hogueras de la inquisición? (una institución que en su forma actual ha estado presidida hasta ayer mismo por el Papa Benedicto). Como defensor del dogma Ratzinger es un personaje de ingrata recordación para tanto teólogo ilustrado, tanto sacerdote popular o tanto militante de base de alguna de las miles de parroquias “rojas” que además de la condena del moderno Santo Oficio han sido perseguidas (¡y con qué saña!) por los militares, los terratenientes, los empresarios, las multinacionales, las fuerzas del paramilitarismo y lo que es peor, en muchos casos por la propia iglesia oficial con el apoyo del Vaticano.Por otra parte, la preocupación del Papa es compresible. Su clientela se dispersa; muchos se refugian en sectas e iglesias protestantes, algunas de las cuales son realmente instituciones de progreso que predican el trabajo y la limpieza moral pero también la obligación de defender la dignidad de la persona humana (¡nada de resignación en espera de un mundo mejor en la otra vida!); otras, sin embargo, son nuevas fuentes de alienación en un fanatismo de nuevo tipo que propicia las manipulaciones más groseras, y no faltan por supuesto las simples agencias de espionaje de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos que con la excusa de predicar la palabra de dios son en realidad instrumentos de sabotaje a gobiernos progresistas, buscadores de recursos para las multinacionales o estudiosos de la fauna, la flora y la cultura vernácula con fines de dominación y explotación. O sea, puro colonialismo como en los mejores tiempos de la expansión de Occidente.En este contexto no falta razón a quienes ven una amenaza en la nueva evangelización de Benedicto XVI. Aunque solo sea como anécdota, en Cartagena de Indias un concejal ha propuesto obligar a los empleados de las instituciones públicas, los colegiales y otros colectivos a comenzar las actividades diarias con una oración y un abrazo…De nuevo, lo privado invadiendo el ámbito de lo público. Solo le faltó agregar que se prohíba en los centros educativos enseñar “cualquier doctrina que sea contraria a los preceptos de la Santa Madre Iglesia” como establecía la ley general de educación en Colombia antes de que un liberal progresista en los años 30 intentara sacar al país del marasmo y el atraso, entre otras cosas, devolviendo la educación al estado y poniendo a la curia en su sitio. ¿Se pretende volver al pasado? ¿Debe así interpretarse el discurso de su Santidad?. La propuesta del concejal es esperpéntica –por decir lo menos- pero compagina bien con el espíritu del discurso vaticano.Benedicto XVI contentó a pocos y ofendió a casi todos. También en Europa la Iglesia Católica intenta imponer estas tesis conservadoras propias de un fundamentalismo cristiano, hasta ahora sin mayor éxito. Solo los gemelos venenosos de Polonia parecen querer abanderar esta nueva cruzada contra la laicidad, las otras religiones, el pensamiento racional y la libertad individual. Y sobre todo contra quienes no comprenden por qué es indispensable una institución para la interpretación de los evangelios. Y más aún, contra quienes no entienden por qué deben obediencia a una institución tan alejada de su propio discurso, tan cercana a los poderosos y tan alejada del pobrerío; una iglesia que condena el capitalismo pero posee grandes capitales, que propone la pobreza y la humildad mientras se emborracha en el boato, la riqueza y el poder político, que condena sin paliativos el aborto pero ha callado no pocas veces frente a los crímenes más horribles de las dictaduras latinoamericanas.El viaje del papa ha sido una gran decepción para las comunidades de base del catolicismo que esperaban apertura, comprensión y apoyo. En realidad, con este discurso papal que fortalece una iglesia minoritaria de burgueses y pequeño burgueses tan solo se concede mayor margen de acción a los protestantes y a los agnósticos. Con su conservadurismo recalcitrante Benedicto XVI hace poco o nada por detener el avance imparable de la modernidad que aunque no termina con el pensamiento mágico y la creencia si desocupa iglesias, vacía seminarios y convierte la religiosidad en un acto social más, carente de verdaderos contenidos religiosos.La visita de un papa mueve multitudes por razones cada vez menos religiosas. Carente de los impulsos de otras épocas la Iglesia se ve compelida a competir con otros eventos y espectáculos y usa todas las técnicas del marketing moderno como si fuese una empresa cualquiera. Y ni aún así puede decirse que el viaje de Benedicto haya sido un éxito pues estuvo bastante lejos de despertar el entusiasmo que provocaba el carismático y también conservador Juan Pablo II. Un entusiasmo que, por otra parte, dura lo que dura el montaje publicitario y se desvanece cuando los católicos regresan a sus vidas cotidianas, sometidas a pautas de comportamiento ajenas por entero al discurso de sus pastores.

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