Palm Beach: Youth without youth
Mi abuela hablaba del recato. Era una palabra que se pronuncia silabeándola. Hay que hacer sentir la palabra para que la palabra misma tenga sentido. Era una palabra que tenía una prima hermana: discreción. Ambas han desaparecido, para gloria de muchos, entre los que -por cierto- me cuento. Juventud sin juventud, igual que último film de Francis Ford Coppola (hacía ratos que no estaba en el ring). Cecilia usó un vestido del diseñador Rubén Campos transparente para un Festival de canciones y conmocionó nuestros ambientes cabizbajos. Es lo que se usa en este momento en la moda a nivel internacional. Rubén Campos es muy audaz y vanguardista y me siento muy cómoda- señaló la diva. El padre de Cecilia formó su fortuna vendiendo televisores. Ella ha tratado de retener sus piezas fundamentales de manera digna, estas protuberancias deseosas siempre han tenido como principal enemigo la fuerza de gravedad y en este aspecto, a decir de muchos, ha sido relativamente exitosa. Tengo la misma impresión. Tuvo una serie de lances afectivos con primeras figuras de un ambiente tan deteriorado como el nuestro, figuritas de tercer nivel. Salí airoso del pre-infarto: fue un golpe helado, un manotazo vil y homicida. No ha sido fácil el proceso post-operatorio, después de la publicación de las fotografías infartantes de Cecilia. Imagino Palm Beach. Una noche estuve con una profesora de literatura uruguaya hablando de Galeano y Onetti en esos paisajes: nunca terminé de contarle los silencios. La noche se hizo pequeña. Tan pequeña que cabía en mi mano. No sé cómo el sol regresó tan rápido a la ventana. Fue un acto de complementación humana: un acuerdo bioceánico, Atlántico-Pacífico. Nunca la he podido olvidar. Entiendo que ella me olvidó. Pero lo de Cecilia no tiene límites, excede el marco institucional, desborda la imaginación poética, transgrede el arrebato místico. Conozco otros play boy que viven en el mundo, gandules piñuflas y silvestres, dandys de terno, encantadores de serpientes de una sola corbata. Este italiano conoce el oficio siciliano en todos sus aspectos, Luciano Marocchino: vive a expensas de las mujeres, es un cafiolo elegante, medio calvo y esplendoroso semental. Tengo la impresión varonil que nos causa y provoca un dejo de admiración inconfesable: a pleno sol y semi-desnudo cuando nosotros vamos forrados en el hemisferio sur, con bototos y paraguas y sportando las explicaciones de los secretarios de estado. Se las trae la Cecilia- me dijo una académica de la cátedra de inglés, que tuvo un novio argentino por el año 60. Y que mantiene vivo ese recuerdo sólo como una forma de hacer del pasado una actividad presente. Tiene sus bemoles ese encuentro acuático de la diva chilena y el resucitado tano. La imaginación de Dios tiene amplitudes que uno no conoce, vericuetos en los uno tiene miedo de ingresar, resabios que no caben en la lógica humana. Son del orden de la divinidad, por ello relampaguea y nos deslumbra. Lo digo en relación con Mennen, dejémonos de pavadas, teníamos que cobrársela de alguna manera. No fue a “lo política de exterminio”, como los sandinistas volándole el auto a Somoza en Paraguay. No fue a la manera de Pinochet en la clínica inglesa y socorrido generosamente por Insulza. Por eso, considero que lo de la Bolocco fue un acto de justicia hecha a la manera de Latinoamérica, con todo su realismo maravilloso, con todos los elementos mágicos de una acción de arte. La diva chilena, encarnando ahora un sentimiento de justicia de millones de voces, que de seguro escuchó mientras dormía a solas, cuidando a su pequeño hijo, asumió ese reto como desafío personal. La heroína alzó a su hijo Máximo en brazos y le dijo: lo que haré, lo haré por la justicia. Imagino que hubo ruidos de trompetas victorianas y palaciegas, laúdes y otros instrumentos musicales. Había que dejarlo todo en la cancha: la herida de América a los que muchos con la impunidad querían cerrar, ahora se la vería con la diva, depositaria del lamento multitudinario de los desposeídos, sobre todo de Argentina. El encuentro con el cafiolo italiano debe haber sido parte de su plan, la ciudad elegida debería estar equidistante: Miami. El sol del mar Caribe, el movimiento de las hojas de palma, la noche que parece no termina nunca hicieron lo demás. El cafiolo italiano, ahora era una nueva víctima de la diva en aras de este noble fin, retorciéndose en el suelo como víbora, dándole de cornadas al fondo de la piscina. Y, por el otro lado, el audaz fotógrafo ya había contratado el yate y se dirigía a reportear lo que por el momento sería un golpe noticioso y lo que después se transformaría en una dolaresca recompensa. Las fotos y el video fueron captados y capturados por el "paparazzi" chileno Angel Mora, que vive en Estados Unidos y que fue el mismo que hace unos años fotografió a la ex Miss Universo en Miami junto a Carlos Menem. Los detalles de este ir y venir de quitadas con el cafiolo italiano, pieles y baños, son siempre exquisitos pero ahora, en beneficio de la moral pública, emitiremos detalles. Lo lamento pero hay que ajustarse a los legados constitucionales. Sólo logro imaginarme tibiezas, retorcijones y palabras dichas a media lengua. Cecilia dueña del Coliseo, Cecilia imponiéndole un Papa al mundo, Cecilia la Gran Madonna. Era necesario hacerlo- diría la propia diva, como homenaje póstumo a todos los que le afectó la Ley de Punto Final, a todos los que Mennen protegió con sus legislaciones inmorales. También como homenaje a aquella gran amiga que me regaló su pañuelo de Madre de la Plaza de Mayo, cuando gritábamos por la libertad un día 25 de mayo. No fuimos capaces de llevarlo a los Tribunales de Justicia a este Carlitos Saúl, pero lo teníamos preparados otra torta. Y cuando fue llevado a los Tribunales se rió de ellos, riéndose de todos nosotros. Alguien lo tenía que hacer antes que el viejo ladrón de La Rioja muriera y lo hizo ella, La Magnífica. No se iba a ir sin pagar su deuda social, su deuda política, y su deuda económica. La buena de Cecilia asumió ese destino con hidalguía y santidad, antípoda al relato de la oscura leyenda de la Maldición de Malinche. Ahora te quiero ver, Carlos Saúl, a solas y cornudo, comiéndote la misma mierda que nos hiciste comer con tus decisiones políticas, riéndote con la misma risa que nos hiciste reir cuando explicaste el cabrestillo, razón por la cual no podías comparecer ante la justicia trasandina y jugabas golf. Ahora te quiero ver, mirando estas imágenes que nosotros miramos en el YouTube y que están gratuitas en muchos sitios electrónicos. Ahora te quiero ver comiendo del mismo locro que nos regalaste. A veces no apreciamos los gestos nobles de los actores de la farándula. Pero esta vez no dejemos que la ingratitud nos coma la casa.
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