Sunday, June 10, 2007

EL HORIZONTE DE LOS CERDOS




Acaba de ser nombrado miembro de la Academia de las Artes de Berlín y aquí el polémico pensador alemán habla de “Ira y tiempo”, su último libro, de la privatización de la izquierda y de la indignación como motor averiado de la sociedad.


Por Ronald Pohl y Klaus Taschwer

–La ira, el tema de su último libro, ha sido también un tema con ocasión de la formación del Gobierno en Austria: funcionarios estaban enojados, estudiantes salieron a las calles. ¿Cómo interpreta usted estos fenómenos?
–¡Estos movimientos de ira como los descritos aquí no deben ser, dicho sea de paso, de ninguna manera rechazados! La figura central del moderno proyecto del mundo –el ciudadano mismo– no podría en absoluto estar concebido como un sujeto incapaz de indignarse. Ya dijo Aristóteles: quien no es capaz de tener ira, tampoco puede ser parte de una comunidad política. Si uno no se indigna con lo que no está bien en la comunidad, uno no puede llegar a ser un ser político. Pero uno también puede ver estos fenómenos mencionados por ustedes como simples señales de decadencia de la socialdemocracia.
–¿Hasta qué punto?
–Cuando los estudiantes recuerdan al futuro Canciller su promesa electoral y él responde: estos protestantes son solamente una pequeña minoría de radicales, de modo que eso demuestra algo del cambio estructural de la política, la cual está adaptándose totalmente a las aclamaciones por parte del pueblo. No cabe duda que la socialdemocracia no es en ningún caso un partido de estudiantes, puesto que los estudiantes que quieren estudiar gratis son, desde el punto de vista sociológico, los privilegiados del mañana.
–Usted describe la ira, en su voluminoso ensayo, como elemento fundamental de la antigua cultura occidental.
–Cuento en mi libro la historia de las economías de la ira –desde la antigüedad, pasando por la cristiandad, hasta el comunismo y la actual sociedad de consumo–. Ahí se demuestra hasta qué punto esta emoción es capaz de someterse a una metamorfosis y con qué profundidad ella está entrelazada en la construcción original de la sociedad cívica. De hecho, en la vida política se trata siempre de la composición de dos energías: por un lado, una forma de “erotismo civil”, que se origina a partir de la alegría del concierto de los hombres, quienes organizan sus circunstancias de vida en forma conjunta. Por otro lado, un componente de orgullo e ira, sin el cual uno no puede imaginarse la representación de los intereses y la lucha por las condiciones justas. En la antigüedad clásica se describió de un modo bastante positivo el aspecto de enojo de la sique política. En cambio, el factor Aquiles, es decir la codificación heroica –de ímpetu luchador del “thymós”–, la hemos dejado, por necesidad, detrás de nosotros. Entre europeos no existe más un “romanticismo de la fiera”.
–Con todas las aprensiones propias de la modernidad, las que con toda razón hemos atribuido a los impulsos “heroicos”, ¿no estamos acaso siendo, en cierto modo, estafados en el pathos de la “auténtica” agitación de la ira?
–Abrigar ira es indispensable para la civilización política. Para eso lo crudo se pone al servicio de lo refinado. La ira y el ideal forman una alianza energética.
–¿No tendríamos que hablar en nuestra cultura más bien de un “adormecimiento” de las correspondientes emociones?
–La sique capitalista no se rige por el orgullo, sino por la avidez. En la polaridad del Eros-Thymos de la cultura occidental, hoy día el Eros está claramente más acentuado. Esto llega hasta el extremo de que él mismo puede adoptar rasgos heroicos y excesivos: Eros significa avidez, y cuando la avidez es heroica quiere engendrar multimillonarios. El metabolismo mismo puede entonces convertirse en “performance” –los héroes de la avidez quieren comerse como animales, de un lado a otro, todos los cerros de pasteles del mundo y agotar sus fuerzas encima de todos los colchones.
–¿Dónde uno podría, por cierto, encontrar hoy día estas emociones thymóticas?
–Uno tiene que buscarlas en funciones marginales, porque las clásicas posibilidades de reunión en la izquierda tradicional no existen más. Ya la izquierda misma se ha transformado, en la postguerra, en un tipo de asociación de consumo. Durante su mejor época, la izquierda fue en sus tres troncos principales, el comunismo, la socialdemocracia y el anarquismo, mucho más un movimiento de orgullo que un órgano del consumismo. En esa época sacó provecho de su amenazador poder político. No olviden: soberano es quien puede amenazar con credibilidad.
–¿Qué quiere usted decir?
–Las adquisiciones sociales de la postguerra se hicieron en determinado contexto, cuando la socialdemocracia tuvo al verdadero comunismo como respaldo. Entonces, ella pudo amenazar sin que ella misma apretara el puño. En la raíz de su conciencia de poder estaba el mito de la huelga general –todas las piezas se inmovilizan si nuestro brazo fuerte lo quiere–. Sólo en este contexto la economía mixta de postguerra pudo nacer, y con ella el Estado social extremadamente desarrollado, el que ahora nosotros vemos disolverse. Los primeros que entendieron que el comunismo ya no tenía la capacidad de amenaza fueron los neoliberales ingleses a mediados de los años ’70. Margaret Thatcher introdujo el cambio que conduciría al capitalismo que realmente existe en nuestros días.
–La socialdemocracia tenía poco que contraponer a eso...
–La máquina de riqueza del capitalismo es, desde entonces, también aceptada como tal por la izquierda, mientras la cuota de redistribución permanezca suficientemente alta, para quitarle hierro a la cuestión social. En el siglo XIX, cuatro quintas partes de los hombres eran pobres, hoy día son entre el 10% y el 10%. El grupo de los relativamente contentos forma la gran mayoría, ese es el primer hecho sicopolítico del presente europeo. Más bien, ahora, se plantea la pregunta cómo uno puede tornar nuevamente descontentos a los relativamente contentos.
–¿Y eso cómo podría hacerse?
–El descontento no se suscita hoy día políticamente, sino en una forma consumista. Vivimos en la constante propaganda del habitar más bellamente y del vivir más dulcemente. Por medio de esta forma comparativa se moviliza el descontento. Por otra parte, se origina justamente en estas condiciones una tendencia para redescubrir el orgullo. Los hombres en la zona sobreasegurada no sólo quieren vivir al día, solamente, como cerdos en una comodidad sin horizonte. Los pudientes no pueden a la larga salvaguardar su autoestima si abandonan a su suerte el exterior reducido a la miseria. Existe mucha energía moral que no se despliega en el consumismo.
–Pero con eso usted no habla de los eventos de beneficencia, donde gustosamente las ricas celebridades se muestran.
–Naturalmente la primera emoción es reírse de eso. En una segunda mirada el asunto se presenta diferente. ¿Qué otra cosa puede hacer hoy día un tal pobre hombre rico? Uno puede considerar el sistema de eventos de beneficencia también como parte de un renacimiento thymótico. Eso conduce a que uno se interese por las formas de vida, a través de las cuales uno puede caminar con la frente en alto. Eso implica hacer algo con su fortuna que esté más allá de la avidez. El primer paso en este más allá es, muchas veces, coleccionar arte. Si bien, en eso, uno todavía huele el establo vecino, porque el arte es para muchos sólo una inversión alternativa. Sin embargo, la apertura hacia el arte es un paso correcto.
–¿Hasta qué grado de ira es “capaz” de llegar usted?
–Para un autor como yo, el cual está fuertemente influenciado por Nietzsche, es claro que el análisis de los resentimientos es el punto de partida. De ahí resulta un imperativo claro: vive siempre de la forma en que tú no acumules ningún resentimiento. Por lo tanto, la ética y la dietética se unen.
–¿Qué tanto lo han enojado las reacciones después de su discurso del Parque humano?
–En aquel entonces entendí que no se tratará nunca de hacer el papel de la víctima, cuando uno tiene el 95% de la prensa en contra. En la balanza, el temporal de entonces fue para mí una experiencia valiosa. Aprendí que uno puede mantenerse como individuo con pocos aliados. Uno también puede decirlo con Nietzsche: “En el ataque se encuentra un juego sonando”.


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