Thursday, August 10, 2006

2007 CIEN AÑOS DE SANTA MARIA DE LAS FLORES NEGRAS
LA MATANZA DE LA ESCUELA SANTA MARIA DE IQUIQUE´

Cada vez que llamo a Nano, siempre está sorprendiéndome con el tema nuevo que va narrando, o me asalta con esa chispa socarrona de pampino y me lanzo a reir como niño en circo, "te acordai pelao de ..." bueno y por ahi la conversa se enhebra, aunque como es un amigo célebre cada cierto tiempo de lejanías nos vemos y María nos ofrece los suculentos platos de su aromada cocina.

A propósito de circo, el senador no me envió mis entradas, me quedé con las ganas de reirme con las payasadas de los legisladores.

Creo que el año que se acerca, 2007, hará elevar las ventas del famoso libro de Nano Rivera, que nos habla de los pobrísimos, de los siempre dejado de lado.Los malditos, los reventados: los trabajadores salitreros cuyos fantasmas derramados por el desierto son una bandera gris que cada emerger de camanchaca se ondea en el recuerdo de lo que no se olvida.

Como no se olvidan los momentos de RECITAL en la casa de Lema, esos vinos sabáticos, la inolvidable Germana Fernández que nos abría el apetito con sus elevadas palabras de su vasta cultura, el Negro Gaytán humeando su cigarrillo y creando eventos, el recuerdo del Gato Sepúlveda, la Sole, la bella Traverso, en fin el mundo previo a la aparición de La Reina Isabel Cantaba Rancheras.

Este país, le debe a Rivera Letelier el Premio Nacional de Literatura.

NO OLVIDARLO



... "se oye la voz del cieguito Rosario Calderón recitando '... nací en una vieja mina/ donde no hay aves ni flores/ soportando los calores/ y el frío que me trasmina/ yo mismo labré mi ruina/ trabajando sin cesar/ contento de acaparar/ riqueza al explotador/ soy la negra y triste flor/ que mi llanto hizo brotar...'. La nueva entrega del antofagastino, hijo del salitre, Hernán Rivera, es por cierto una historia épica, pero sobre todo, es un rescate de la verdad, aquella que fue acallada sin pudor ni coraje aquel diciembre de 1907 en la Escuela Santa María de Iquique.

María José López Pourailly


Hernán Rivera Letelier, Seix Barral, Biblioteca Breve, Santiago de Chile, septiembre de 2002, 238 págs.

ue nadie duda que fue una matanza, es una verdad incontrastable. Los pampinos, salitreros, calicheros, hombres, mujeres, ancianos y niños, que fueron acorralados con frases impúdicamente mentirosas y a tiro de cañón, que fueron asesinados en la brutalidad del calor húmedo de esa tarde de diciembre en el Iquique dorado de 1907, hoy son debidamente enseñados y recordados en las clases de historia de las escuelas básicas y medias. Pero una cosa es la historia de escuela, otra es la literatura y su poder de recreación de ambientes, escenarios, personas, sensibilidades... vidas. Ese es el mayor logro, la innegable virtud de Santa María de las Flores Negras.
Una novela épica, que recoge en la brevedad temporal de una semana, las historias de todos los hijos del salitre asesinados por fuerzas militares -que prefirieron amparar los intereses económicos de un puñado de acaudalados propietarios de las mineras- en la Escuela Santa María, a través de siete pampinos: Gregoria Becerra y sus hijos Liria María y Juan de Dios, Olegario Santana, Domingo Domínguez, José Pintor e Idilio Montaño.
Es Olegario Santana, calichero, el personaje principal. Él, que en un silencio observante y entre cada calada de sus cigarrillos Yolanda, tasa sin equívocos a las personas y acierta sin tropiezos a descubrir sus intenciones fundamentales. Dos jotes se han criado en el techo de calamina ardiente de su covacha, las mismas aves rapaces que lo persiguen donde quiera que vaya, como anunciando la muerte que inevitablemente llegará. Será su decisión a participar en la huelga y marcha hacia Iquique, desde la oficina San Lorenzo, la que dará inicio a esta narración épica.
Domingo Domínguez, Chumingo Chumínguez, es su único amigo. Verborreico, de un humor difícil de tragar por muchas horas, y una placa de dentadura falsa demasiado grande para su boca, será él el contacto entre Olegario, José Pintor, el volantinero Idilio Montaño y Gregoria y sus vástagos.
Los siete personajes se conducirán por el árido y candente desierto atacameño, siguiendo la huella del tren, junto a miles de pampinos y sus familias, hasta Iquique. Sólo quieren lograr que sus voces sean escuchadas, que se les de un trato digno, ojalá humano, que se les permita alimentar a sus familias y educar a sus hijos, que se les pague un sueldo justo y en moneda de valor comercial. Pero el gobierno ha dispuesto otra cosa, los intereses de los ingleses y norteamericanos dueños de las empresas salitreras pesan más sobre la balanza de las arcas fiscales, que las vidas de los pampinos, los esclavos del desierto.
La historia es conocida, nada que agregar.
La pluma de Rivera Letelier va dando forma a vidas donde el amor, la esperanza, la amistad, la justicia y la dignidad humana, son los valores fundamentales. Ciertamente nada oculta la historia aquí relatada, el lector sabe de la matanza y la ecuación final de muerte no es un misterio. Aún así, y no obstante algunos párrafos latos como el camino hasta Iquique, el escritor presenta relaciones entrañables, encuentros emocionales de innegable hermosura, como el de Olegario y Gregoria, y el de Liria María e Idilio Montaña. Y una escena difícil de olvidar, aquella en el que amor puro de Liria e Idilio, se confunde con el horror de la muerte a la que se asiste desde lejos, aquella que se escucha y se presiente con dolor, aquella que enseña que el heroísmo y la maldad se separan sólo por una línea tenue.
No, Hernán Rivera Letelier no defrauda a sus seguidores, que para noviembre de 2002 ya habían agotado la primera tirada de 11 mil ejemplares, no lo hace, aunque de pronto se engarce en aquella palabras contorsionadas que le han dado fama por el -dicen- "mágico" uso del lenguaje, excediéndose en academia. Pero por sobre todo, no defrauda a la historia ni a los miles de seres que murieron esa roja tarde de diciembre de 1907.

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